Diversas críticas escritas por Ricardo Muñoz Suay en su columna de la revista «Fotogramas».


        17 marzo 1967 - «La muerte de un segundo»

        Tal vez fuera de Barcelona la noticia no sea tan sobrecogedora. La muerte de Juan Luis Oliver, en eso que se llama lugar de trabajo, en este caso la moviola, muerto con las botas puestas, ha conmovido a muchos de aquí, y, sobre todo, a estos que forman la que denominamos, provisionalmente «escuela» de Barcelona. J.O., tras años en el banco de prueba de Iquino, de improviso se había convertido en el montador de la que Nunes llama «gauche divine» (Bofill, Camino, Durán, Jacinto Esteva, Joaquim Jordà...). Ha muerto de improviso, tan fulminado que ni tuvo tiempo de meter la tijera en «Cada vez que...» ni pensamiento para preparar su primer film como realizador. Nunes, hace muchos años, le hizo montar «Mañana...» (1956) y Jacinto Esteva supo ficharle a tiempo (1965) para su torrencial documental sobre España *. Desde este instante, cada realizador nuevo encontraba en J. O. el colaborador eficaz e intuitivo para construir materialmente sus ideas, no siempre disciplinadas y muchas aparentemente caóticas. J. O. ha sido, y volverá a serlo en el recuerdo, el montador de esta estupenda oleada cinematográfica de Barcelona, la más reciente y nueva. No ha tenido necesidad de barbitúricos, como otros tantos de nuestra profesión. Esta profesión nuestra llena de esperanzas, pero, asimismo, de prisas, angustias, nervios e inquietudes totales. Y nadie más asensible a los nervios nuestros que nuestros montadores, preocupados por llegar a la fecha prevista, ésa en la cual el film se venderá, se proyectará en Cannes o será quemado irremisiblemente. Un día habrá que hacer una lista de los «segundos» de nuestro cine. De esos peones de brega que lidian muchas veces en el anonimato. Pero que hoy, por ejemplo, unos cuantos son imprescindibles para comprender muchos porqués del joven cine. Nos referimos a los Cuadrado y a Juan Amorós, a Pablo del Amo y a Fernando Arribas y a otros más. J. O. fue un segundo muy eficaz. Tanto que casi no tuvo tiempo de quitar el pie del pedal de la moviola.

        (Sigue otro comentario a la muerte de Misha Auer).    

        * Se trata de «Dante no es únicamente severo». (N.del E.)

        Nota de Nunes : Este pie de página, en el libro publicado por la Filmoteca de Valencia con todas las columnas de Muñoz Suay en «Fotogramas», está equivocado; Juanito Oliver murió montando precisamente «Dante no es unicamente severo», con Jacinto Esteva a su lado, en los Estudios Proex. El pie de página se refiere a «Lejos de los árboles».
        Y esto ya es una confusión del propio Muñoz Suay. Juanito Oliver no montó conmigo «Mañana...», que lo hizo Ramón Quadreny, extraordinario montador también, hijo del actor y director de la anterior generación de hombres de Cine. Juanito Oliver colaboró conmigo en «Noche de vino tinto». Y ya nos conocíamos y éramos amigos de nuestra época de colaboradores de Iquino.



        14 abril 1967 - «Nacimiento de una escuela que no nació»  *

        La que hace ya muchos meses denominamos «Escuela de Barcelona» y luego, con reiteración, aludimos en estos papeles, va adquiriendo cuerpo y contenido. Pero precisemos, antes que nada, que esa escuela, esta escuela de Barcelona, no es, ni será la precisa y deseada «escuela catalana», a la que, en muchas ocasiones, se refiere, alentándola entre otros, el preciso Porter Moix.
        Esta nace -o nacerá- partiendo del hecho nacional. Aquella ha brotado y se desarrolla en estos días partiendo de un concepto del realismo cinematográfico adaptado a nuestras diarias circunstancias y conglomerando una visión diferencial que «en» Barcelona se obtiene de manera diversa a como, por ejemplo, en la meseta. Esta escuela, en la que, incluso, no todos sus miembros serán socos en efectivo, entre otras muchas características destaca por considerar que el cine es todo. Es decir, que todo puede ser cine y que una historia o un silogismo, desarrollados ambos ante el espectador, son indistintamente cine. O elementos cinematográficos. Que sean o no espectáculo, eso ya es otra cuestión, a la que habrá que ceñirse, como es lógico, cuando se cerciore de que los límites industriales están vigentes y son insoslayables. Por otra parte esta escuela que, repetimos, se «da» (crece y se multiplica) en Barcelona, adquiere unidad a través de la diversidad de sus autores y, por tanto, de sus preocupaciones inmediatas. Ya que las últimas, las de fondo, sí que son precisas e idénticas en todos, pues se refieren a la angustia de esta sociedad de hoy -y, sobre todo, a la nuestra, tan lejana en esencia de la contemporánea universal-, a la crisis de los pilares-tópicos de esa misma sociedad -y, ahora, no tan sólo referida a la de aquí- y al erotismo como sustancia que impregna todo devenir.
        Para estas preocupaciones de fondo la escuela se ajusta a un realismo expresionista las más de las veces, no exento de los sub-real en unos, cargado de referencias publicitarias, inmediatas, en otros. Cuando vayamos, en toques posteriores, intentando desentrañarla, no sólo nos tropezaremos con nombres directamente vinculados a ella, sino con otros que «en» Barcelona, asimismo, «también» hacen o intentan un cine diverso que sólo puede darse, que sólo se da, en Barcelona. Y que todo esto comienza a funcionar más allá de nuestras fronteras lo confirman la atención que Ado Kyrou en su reciente libro («Amour, érotisme et ») dedica a la «Fata Morgana» de Aranda, los comentarios polémicos de los críticos de París en relación con el corto de Bofill y el interés demostrado por diversos festivales extranjeros que quieren proyectar «Dante» de Esteva y Jordà y «Cada vez que...» de Carlos Durán. Y todo ello no es sino nacimiento. Nacimiento que, por otra parte, como es natural, puede malograrse, ya que desde la incubadora al normal crecimiento, virus de todas clases, propios y ajenos, rondan en torno.
        Pero esto sí que es otra columna.

        * FE DE ERRATAS: Hay erratas cuyo origen debe buscarse, probablemente, en el subconsciente de alguien. Otras nacen sin paternidad. En todo caso el título que puse a la columna del pasado número era «Nacimiento de una escuela, que no nación» y, sin embargo, apareció, desconcertadamente, así: «Nacimiento de una escuela que no nació». Lo que, además de que no era lo que quise decir, debió alegrar a más de uno. Y por eso lo aclaro. Ricardo Muñoz Suay.

                

        21 abril 1967 - «Aluvión, 66»

        Seamos, una vez por lo menos, estadísticos. Dice que los números canta y los números que siguen, no inventados por nosotros -en todo caso reproducidos con algún ligerísimo error, culpa nuestra-, son en sí, en ellos, una crítica, que es lo único que nos importa. Y, sobre todo, información, que es lo que el mundo de hoy exige. Los números vienen en un libro. Un libro que, en efecto, en estos días, ha llegado a tantas mesas de trabajo -o no- de los que, en uno u otro sentido, entornan al cinema nacional. Se trata de un libro mágico, resumen de la producción cinematográfica española de 1966. En él están contenidas, una a una, todas las películas producidas el pasado año. Y en 1966, hay que saberlo, se han fabricado en España 160 films, de los cuales 92 fueron coproducidos, al parecer, y el resto, hasta 66, nacionales, según dicen. Pero el libro, como es mágico, no sólo lleva cifras, sino los argumentos correspondientes y las fotografías en todas y cada una de las películas.
        Pero eso, leyendo unos y contemplando otras, parece que nuestra historia española, por lo menos la cinematográfica, tiende, asimismo, a lo permanente, a lo inamovible. Pues este libro -salvo en la cifra de films, cifra «record»- podría ser el catálogo de 1917 o de 1947, aparte géneros y ropas, como es natural. En él vemos, también, que de 160 películas, 34, por lo menos, han sido realizadas por directores italianos de tercera fila (y si, con esfuerzo, queremos rescatar de este escalafón a alguno, salvamos a Tessari o a Leone, que suplen la total ausencia de los «grandes» italianos que siguen sin venir a España). Que nuestra industria esté en manos de italianos de tercera es ya elocuente (y uno sabe que además de esos 34 films de italianos con nombres de pila italianos existen unos cuantos más disfrazados con apellidos hispanos o «exóticos»). Pero, por fortuna para los italianos, los otros realizadores extranjeros (alemanes en número de 8 y franceses en número de 7, más o menos), también figuran en la tercera categoría (con la excepción, muy benévola, de Chabrol). Y en lo que toca a los de dentro, a los nacionales, nuestro libro mágico nos informa que los de la primera generación, la fundacional (los Orduña, Sáez de Heredia, Román, Del Amo, etc.) ya perdidas sus antiguas exclusivas, sólo han logrado dirigir cada uno un film, excepto Torrado, Gil e Iquino, que han conseguido dos.
        Mejores oportunidades han tenido los latino-americanos que, como Klimosvky, Amadori y Demichelli, incorporados a nuestra industria plenamente, han dirigido 4, 2 y 2 películas, respectivamente, mientras Fregonese, venido de la misma orilla, ha realizado una, pero gorda. Los realizadores más jóvenes, llamados «profesionales», han realizados muchos films, muchísimos, pero a película por barba, con alguna excepción, como la de Lazaga que ha dirigido 3 y media. Y todos, como es sabido, sin ninguna inquietud, plenamente convencidos de la comercialidad de sus subproductos. Por otra parte, también fabricados por los más jóvenes, de los cuales algunos son de la E.O.C. y otros sus satélites, que en gran número han dirigido, hasta totalizar esa cifra de 160 películas. El libro mágico, finalmente, nos sirve para volver a constatar que en 1966, por unas u otras causas, casi siempre conocidas, ni Bardem, ni Berlanga, ni Picasso, ni Regueiro, ni Saura, entre otros, han realizado. Menos mal que de estas 160 películas de 1966 hay 5, debidas a Aranda, Fons, Grau, Nunes y Summers, a las que nos podemos agarrar como clavos ardiendo y que significan, unas más que otras, la difícil permanencia de un cinema salvado en medio de este aluvión que nos ha caído, no creemos del cielo, sepultando tantas esperanzas, haciendo fracasar ingenuas tentativas, ex temporales, destrozando la ya maltrecha industria y el no menos maltrecho comercio. En todo caso, este libro mágico nos ha servido como estadística. Pero no como fría estadística.



        16 junio 1967 - «Bienvenida la pasión»

        Uno, sinceramente, cree que la protesta o la adhesión del público, a grito pelado, son siempre beneficiosas en los espectáculos públicos. Y, tal vez, en todo lo demás. Cuando se grita a favor o en contra, comienza a gestarse la polémica. Y si se trata de cine, señal e que la película ya vive. La calma y la serenidad vendrán luego, a la hora de la crítica. Pero el estallido polémico es beneficioso, sobre todo cuando arranca de un estreno. Son los silencios, los vacíos, el conformismo y el paternalismo los mayores enemigos de un cine, encarrilado en muchas de sus fases. Por eso, dos estrenos recientes de películas españolas, las dos fabricadas en los astilleros de Barcelona, por ser «movidos» han subrayado el interés del espectador por ellas, espectador inmerso, por lo general, en la calma chicha de nuestro cine. Cuando en el «Publi» barcelonés se estreno «Noches de vino tinto», la orquestación de Nunes fue perfecta. La noche del estreno y todas las siguientes, muchas, la obra de Nunes no sólo consiguió la asistencia sino los corros, las discusiones, el interés. El film de Nunes, escrito y dirigido para el público, al que se le habla de mitos en mayúsculas, logró catalizar, por fuera o por dentro de la catarata poética del autor, que si trasnochada a ratos no deja de impresionar por su rotunda retórica antiintelectual, a un vasto sector ya impregnado por la pasión de una casi perfecta «escalada» polémica. Por contra, en Madrid, sin proponérselo, Jaime Camino ha conseguido el impacto del interés e, incluso, la expectación con motivo del estreno de «Mañana será otro día».
        Cuando, en efecto, el 20 de mayo en Callao -que no el 2 de mayo en la Puerta del Sol- un compacto grupo lanzó a los artesanos de la película el «chauvinista»  grito de «¡sois unos afrancesados!», con el consiguiente barullo, la película entró en la vía de la polémica y la pasión, beneficiándose cumplidamente. Porque, sobre todo, el grito no era estetizante ni iba dirigido, probablemente, a la endeblez de la historia, sino al modo desenfadado de contar esa misma historia, que «casi» -y aquí caben todos los juicios- puede ser la de cualquiera. El grito, al ser moralizador, ha llenado de interés a un público que degusta valores inconformistas. Y «Mañana será otro día», como antes «Noches de vino tinto», con olor de pasión, han logrado las publicaciones debidas. Y las buenas recaudaciones. Lo cual tampoco está mal.