Noche de vino tinto       1966

Argumento, guión y dirección José María Nunes
Producción Filmscontacto
Jacinto Esteva Grewe
José María Nunes
Jefe de Producción Gustavo Quintana
Modesto Beltrán
Francisco Ruiz Camps
Ayudante de dirección Vicente Lluch
Secretaria de rodaje Anie Séttimo
Fotografía Jaume Deu Casas
Cámara Juan Amorós
Ayudante de cámara Ricardo Albiñana
Montaje Juan Luis Oliver
Ayudante de montaje Emilio Ortiz
Maquillaje Gabriel Comella
Ambientación decorados Manuel Infiesta
Música Los Gatos Negros
Los Mustangs
Os Duques
Sonido Voz de España S. A.
Laboratorio Fotofilm S.A.
Formato B/N
35 mm
Panorámica
Duración 105 min.
Intérpretes Serena Vergano Ella
Enrique Irazoqui Chico
Rafael Arcos Él
Anie Séttimo Chica
Distribución Consorcio Ibérico de
Cinematografía S. A.


  

Sinopsis


        Ella y el Chico se encuentran, al principio de la noche. Ambos decepcionados de sus respectivas parejas.
        No se conocen, pero se sienten identificados por una situación similar de soledad y abandono. Acuerdan recorrer las mejores tascas, que el Chico tan bien conoce, en un intento de alcanzar el último cielo del vino tinto.

Cartel original

        El Chico le enseña que beber vino tinto debe ser un rito.
        Y se inicia para los dos una noche casi poética, casi mágica, a la que aportan la ilusión de olvidar sus frustraciones sentimentales.
        Pero, muy a menudo, surgen circunstancias que les sugieren el pasado. Y ambos recuerdan escenas vividas con sus respectivas parejas.
        La noche, pese al vino, precisamente por el vino, resulta también frustrada.
        Ella descubre que su novio no la ha abandonado. Ha muerto en un accidente de automóvil mientras iba a reunirse con Ella para casarse, dispuesto a enfrentarse a la incomprensión de la familia y vencer los prejuicios de las diferentes posiciones sociales.
        Y el Chico, a su vez, no encuentra en Ella a la compañera ideal con la que poder andar por ahí de "noches de vino tinto". Como lo hacía con su Chica.
        Esta vez, como en muchas otras, el vino no alivia a quienes acuden a él para olvidar sus pesares. Terminan borrachos sintiéndose físicamente mal.
        Ella volverá a la pequeña ciudad provinciana, a ser hija de familia importante, a esperar el hijo de su amante muerto.
        Y el Chico sigue en la ciudad, dispuesto para otras "noches de vino tinto".
        Nada ha ocurrido entre ellos. Sólo ha pasado una noche que empezó casi poética, casi mágica, y que termina con el gris amanecer de la sensación de malestar, de desilusión en cada uno de los dos.




  

Notas


        Iniciación.
        Ceremonía de beber vino, como evasión de todo eso que ocurre a nuestro alrededor. Ésta era una de las frases del pressbook del estreno. Como era lógico esperar no existe tal evasión, sino todo lo contrario, se profundiza en esos problemas que nos rodean y se demuestra nuestra nula capacidad de resolverlos: «No he sido capaz de responsabilizarme ni por mí mismo», dice el Chico en una escena.
        Demos un primer paso. No habrá solución sin saber que hay problema.
        En un plano Irazoqui eleva el vaso de vino - cáliz en un rito secular, curiosamente acababa de rodar con Pasolini La Pasión según San Mateo : Sincronismo, término acuñado por Jung y afín a Nunes. «Todo está ocurriendo ahora», afirma él a menudo.
        Rodada en las calles, tascas, carreteras y playas de Barcelona y alrededores.

Serena y Enrique Dibujo publicitario de J.M. Blanco
Serena y Enrique durante el rodaje

        Del programa de mano de su proyección en el cine Alexis, Barcelona, 1970

      Dos personajes casi vivos de una civilización casi muerta.
      Si les quedara un poco de interés. Les liberaría de la civilización y los haría vivir.
      Pero no quiero que huyan. Deben quedarse, así, tal como parecen ser.
      Y por ahí andan, en un remotísimo intento de evasión. Inconscientemente. Emitiendo sonidos que nada tienen de diálogo, porque nada tienen que decirse. Han olvidado cómo se piensa, porque ya no hay nada que les interese.
      La esperanza no es más que la piedad hacia uno mismo.
      Todavía, tal vez, un insinuado propósito de olvidar los recuerdos. También.
      Sin perspectivas de pasado, ni de futuro, ni siquiera de lo que hubiese podido ser, les falta saber de sí lo mínimo indispensable para saber qué son.
      No son. Sólo están.
      Inhibidos de su circunstancia, es muy posible que en algún momento puedan llegar a sentir que no todo está perdido en este extendido momento en que nada es verdad.
      Pero esta noche no se da ese momento.
      NOCHE DE VINO TINTO podría, tal vez, definirse como la sensación de todo esto. Inquietante e incómoda.
      La hice porque creo que había que hacerla, ahora, hacia la última mitad de este siglo XX nuestro.
      Y ahí está, en homenaje a ustedes, los que me dedican la atención de predisponerse a «sentirla»

      Nunes

Publicidad en los periódicos


        En el folleto de presentación de la IV Semana del Nuevo Cine Español, Molins de Rey
        Juan Francisco De Lara
        (extracto)
      ...
      Noche de vino tinto -seguramente la película más libre y atrevida de toda esta IV Semana-, es como un grito en la pantalla, como una bofetada que resonará en el rostro de todos los blandos y los conformistas, de los que van navegando entre dos aguas, encienden una vela a Dios y otra al diablo...
      Yo he calificado este film de «monstruo maravilloso» y Nunes se ha reído con mi definición, quizá porque sabe perfectamente que su insólita película no tiene el más pequeño parecido con ninguna obra, ni es «cine para vender», ni posee más motivación que la tremenda onda expansiva de un espíritu creador para el cual no existen barreras ni obstáculos insuperables.
      Noche de vino tinto, es en muchos aspectos una película «mágica» dentro de su tono rabiosamente experimental. Película para indignar a muchos, igual que indignan las desatadas opiniones de Nunes con su pinta de barbudo pirata o por lo menos de Corsario Negro de la realización; película para levantar tempestades incluso dentro de los cineclubs de nuestro amodorrado país; para que los espectadores profanos pidan la cabeza de quien se atrevió a rodarla y para que unos pocos iluminados incluyan a Nunes en el santoral filmológico, teniendo la precaución de ponerle una bella palma de martirio entre las manos...
      Pero, y hablando muy seriamente, Nunes y su película nos confortan, nos conmocionan, nos hacen vibrar frente a un concepto purísimo del cine, un cine anarquista (y no en lo político, sino en lo puramente estético), cuyas imágenes nos devuelven aquel perdido limbo del cine amateur que cualquier sencillo observador puede vislumbrar en los ojos repletos de visiones multicolores de José María Nunes, y también en las fabulosas imágenes de esta película abracadabrante que todos habremos de visionar con los ojos muy abiertos, para que no se nos escape ni un ápice de ese descabellado fervor, de esa explosiva fuerza que Nunes -el solitario, el frenético, el místico de nuestra cinematografía- deja escapar desde el primero hasta el último fotograma de esta obra imposible que me parece haber visto en sueños, entre estremecido y alarmado, como si tuviera ante mí -lo repito- un «monstruo maravilloso» ...

Serena Vergano y Rafael Arcos

      J. L. Martínez Montalbán
      Cinestudio, nº 54, enero de 1968

      Simplemente el vino, el vino tinto como elemento puro, alrededor del cual unos seres adoptan unas posturas muy personales.
      Existe un ceremonial, casi un acto ritual, en el hecho de beber el vaso de vino, que adquiere un valor simbólico, mítico.

        De un trabajo realizado en 1994 por Félix Gurrucharri:

      Esta película supone un intento lúcido de Nunes por conducir un tiempo y un espacio puramente mentales, sin preocuparse excesivamente de los encadenamientos tradicionales de causalidad, ni de una rigurosa cronología de las anécdotas, cosa por otra parte normal puesto que los recuerdos no son cronológicos ya que están fuera del tiempo, y vienen a nuestra mente sin ningún tipo de órden.
      Noche de vino tinto fue el reflejo de una generación, encarnada por sus personajes, que quería ser comprendida, con sus problemas distintos a los de generaciones precedentes. No saben dónde encontrar la evasión a sus problemas. Esta generación no estaba dispuesta a quedarse inmóvil. Esta generación estalló en todo el mundo en el '68. Nunes supo reflejar muy bien en su película las preocupaciones de esta juventud. Podemos decir que es una crónica de la mentalidad de cierta parte de la gente de la época.


  

Comentario de Nunes


        Durante mucho tiempo tuve la impresión de que Nochera era mi mejor guión, o al menos la película que más sentía no haber hecho.
        En una de las ocasiones en que estuvimos a punto de empezarla surgió Noche de vino tinto. Entonces aún se trabajaba los sábados y el equipo esperaba para firmar los contratos y empezar el lunes, sólo pendientes de lo que nos dijeran de Madrid, convencidos de que el guión habría sido aceptado por los censores reunidos ayer. Y otra vez no. Todavía hoy es indescriptible la desazón, la desolación. Tardé un larguísimo momento desde que colgué el teléfono para reponerme y descolgarlo para volver a llamar a Madrid, a Núria, Núria Espert, que era el personaje. Yo no sé si ella no, aunque me pareció que también, pero yo lloraba diciéndoselo. «No ha pasado» era la fatídica frase que usaban los funcionarios. «Otra vez no nos dejan» creo que le dije yo a Núria, que, tras unos breves improperios de indignación reaccionó con la brillantez de su conexión con la inteligencia: «Haz otro guión en tres días y se lo traes a estos...(otro improperio) la semana que viene.»
        No pude hacerlo en tres días, tardé seis; un excepcional ritmo que siempre me he envidiado, sin horarios de comidas, cuando tenía hambre, dormir cuando tenía sueño; que en una de estas mi hijo Jorge tiró de la máquina de escribir, todavía la misma con la que sigo escribiendo, y se descuajaringó contra el suelo y menos mal que no le cayó encima, que necesitó una semana de reparación, y yo un día en encontrar quien me dejara otra. Total, siete días.
        Otra vez Madrid; aquel siniestro edificio en el Paseo de la Castellana donde ahora está un ministerio que mejor lo merece, el de la guerra, en el que estaba el de Información y Turismo y en el noveno piso la Dirección General de Cinematografía, del que algunas veces salí llorando y en el que siempre entraba acongojado, con miedo, a pesar de la amabilidad con que me trataban llegando incluso a darme consejos con fraternales reproches: «¿Por qué no hace usted películas normales, como hacen todos? Usted lo hace muy bien, podría hacerlo», me dijo el secretario general que se llamaba Zabala. Y que esta vez cuando llegué con el guión de Noche de vino tinto decidió que era un asunto a resolver con urgencia e hizo que en ese mismo momento salieran las tres copias a repartir a los censores por el procedimiento de los motoristas dispuestos para las ocasiones excepcionales, para no esperar a la próxima reunión, como era lo habitual, y en la que ya pudieran tratar el tema.
        Lo consideraron de "Interés especial cinematográfico"; sin ninguna sugerencia de algo a cambiar, a suprimir, a acondicionar, esas propuestas en las que se prodigaban cuando no prohibían.
        Con esa calificación la propia Dirección General avalaba un crédito de un millón de pesetas ante el Banco de Crédito Industrial, con lo que ya sería más fácil encontrar el dinero que faltara para completar el presupuesto, o interesar a una productora.
        A unos treinta números de donde yo vivía, en los pares de la calle Diputación, estaba Parlo Films, que era de Iquino, donde yo había dirigido doblajes, y se me había hecho costumbre entrar a ratos a ver a los amigos colaboradores, había un bar, y sobre todo a charlar con Juanito Oliver que solía trabajar en una de las salas de montaje y por entonces intentaba poner en orden la gran cantidad de material rodado para lo que acabó siendo Lejos de los árboles, todavía con el título de Este país de todos los diablos, y ya le había hablado a Jacinto Esteva de mi proyecto. Así nos conocimos. Y acordamos hacer Noche de vino tinto con su nueva marca productora Filmscontacto, con la facilidad de que su padre avalaría la diferencia hasta lo necesario para la película, que todo quedó saldado con la subvención de dos millones y medio que la Dirección General concedió una vez acabada.
        Y no pude hacerla con Núria Espert porque los trámites burocráticos, poder disponer de los créditos, a pesar de todo aparentemente resuelto, tardaron meses.
        Cuando pudimos empezar el rodaje ella ya estaba comprometida en otro proyecto teatral también en Madrid, o tal vez aún en el mismo que se había prolongado; afortunadamente, porque eso significaba que estaba teniendo el éxito que siempre ha merecido y que, afortunadamente otra vez, siempre ha tenido.

Serena y Enrique en una tasca

        Durante la primera semana de rodaje, escenas con Enrique Irazoqui y Anie Séttimo, aún confiábamos en que pudiera venir; pero ya el sábado, rodando la escena del meublé, después de varias conversaciones por teléfono decidimos que era imposible.
        Entonces tuvimos la oportunidad, la suerte, de que Serena Vergano estuviera libre y accediera empezar el lunes, apenas dos días después, sin tiempo para conocer el guión y estudiar el personaje. Jacinto Esteva era amigo de ellos, había estudiado arquitectura en Suiza, o urbanismo en París, o algo sí, con Ricardo Bofill, marido de Serena. Antonio Senillosa, que estaba con ellos cuando Jacinto y yo fuimos a verlos el sábado por la tarde, colaboró eficazmente ayudándonos a que Serena aceptara.
        La colaboración de Enrique Irazoqui había sido un acierto de Vicente Lluch, que me lo propuso diciéndome que acababa de hacer El Evangelio según San Mateo con Pasolini, y que vivía en Barcelona. No demostró un gran interés en encauzar su vida como actor, pero aceptó. Después no ha hecho más que Dante no es únicamente severo de Jacinto Esteva y Joaquin Jordà.
        Enrique Irazoqui y Serena Vergano resultaron la pareja más adecuada para la película. Imposible encontrar mejores intérpretes para esos personajes; que se lograron tras una serie de circunstancias coincidentes. Había una gran confianza entre ellos, casi primos; Enrique y Ricardo son hijos de hermanas.
        En algún momento tuvieron la idea de una cierta insubordinación, sobre todo Serena, que yo presentía y procuraba encauzar hacia un mejor resultado en la escena; en muy pocas ocasiones, la verdad, que sólo se hizo patente cuando se negaron a que él tomara con dos dedos una lágrima que resbalaba por una mejilla de ella e hiciera el movimiento de lanzarla lejos, con una exclamación: «¡Vete, lágrima!». Les resultaba ridículo, o, no sé, absurdo, o motivo de mofa. Único momento de tensión en todo el rodaje. Creo que nunca he sentido tanta responsabilidad ante una resolución a tomar. Todavía les animé a que lo hicieran, que estaba convencido de que no podíamos dejar de hacerla. Y sin un razonamiento concreto se mantenían en su negativa, ambos de acuerdo también convencidos. No duró mucho el silencio, todo el equipo a la expectativa. Y opté por la osadía que sigue pareciéndome que casi alcanzaba lo genial. Con toda amabilidad y todo el afecto que nos teníamos, les dije: «Amigos, muchas gracias por vuestra colaboración. Habéis acabado la película.» Y sin darme la posibilidad de ver sus reacciones me dirigí a Vicente Lluch, ayudante de dirección y también muy amigo desde siempre, en el mismo tono afable, suave, pero concluyente: «Vicente, por favor; convence a la primera chica y al primer chico que pasen. Vamos a seguir la película con ellos.»
        No recuerdo más. Pero se hizo la escena. Y continuamos sin que el incidente alterara lo más mínimo nuestra relación de amistad, ni el desarrollo del rodaje, ni el resultado.
        En el pase privado a la salida de la primera copia, que siempre se hacía de madrugada después de la última sesión en un cine, el Windsor en esta ocasión, que estaba en la Diagonal y ahora ya no existe, al final de la proyección, con la sala casi llena de colaboradores, amigos, curiosos que siempre se enteran, entre los grandes aplausos entusiastas que nos dedicaban, Serena se levantó, vino hacia mí y dándome un cariñoso puntapié en las piernas, me dijo: «Cabrón. ¡Si te hubiese hecho siempre caso, qué película habríamos hecho!» Estábamos emocionados, también por los aplausos que seguían. Yo atiné a replicar: «No importa. No mejor que ésta.»
        No fue fácil encontrar distribuidora. Y antes que la tuviera se estrenó en el Publi de Barcelona; la primera película en el primer cine de Arte y Ensayo en España. Como prueba, sólo en las sesiones de noche. Durante el día seguían proyectando los programas habituales de cortos, infantiles, documentales y noticiarios.