Iconockaut      1975

Argumento, guión y dirección José María Nunes
Producción Jaume Lleonard Clarasó
José María Nunes
Jefe de producción Antonio Diaz del Castillo
Ayudante de dirección Pedro Costa Musté
Script Juan Solivellas
Fotografía Tomás Pladevall
Roberto Gómez
Jaume Deu Casas
Montaje Ramón Quadreny
Música Albert Vinyoli
Bebu Silvetti
Julia León (voz, en off)
Formato Color
35 mm
Pantalla normal
Duración 106 min.
Intérpretes María Espinosa
Joan Miralles
María Reniu
Albert Vinyoli
Ramón Andrés
Mario Gas
Juan Llaneras
Keith Patterson
Antonio Beneyto
María Agustina Solé
Manuel Serrat
Distribución Emiliano Piedra


  

Sinopsis


        Dos amantes, un hombre y una mujer se encuentran y se separan, (bordean) rozan el terreno de la intemporalidad, a través e un espacio fragmentado. En realidad no se ven, sólo se intuyen... hay un presentimiento mutuo.


Cartel original con grafía de Nunes Joan Miralles
Patterson, Beneyto, León y otros comuneros


  

Notas


        Del Press-book del IMAGFIC 93, donde se pasó un ciclo de las películas de Nunes:

      Uno de los filmes de Nunes que más polémica ha suscitado, siendo prohibido por la censura. Desde la marginalidad impuesta, la película no ha podido ser vista en un estreno comercial. Iconockaut representa una forma de liberación muy íntimamente unida al movimiento hippy. Joan Miralles interpreta a un personaje que se desliga de la sociedad y marchar hacia Ella.

Joan Miralles

      Cuadernos para el diálogo, nº 186, 20 al 26 de noviembre 1976
      Sección de cinematografía a cargo de Ángel Fernández Santos, Alvaro Del Amo, José Luís Guarner, Augusto Martínez Torres y Domenech Font

      Nunes tiene a su favor una voluntad notoria y rara de imaginación. Sus películas, unas de escaso éxito y  poca difusión, otras con problemas gordos de censura, han permanecido fieles a una independencia de criterio y a una decisión de experimentar. En nuestro cine, la independencia de criterio es una ilusión que no provoca sino sarcasmos y la decisión de experimentar una teoría de mozuelo caprichoso. La imperturbabilidad de Nunes ante ambiente tan hostil se traduce en unas películas que, si se toman con calma, si se ven sin excesivos prejuicios, contribuyen a despejar las mañas del espectador adicto que exige emoción, aventura, sorpresa y sentimientos en dosis bien determinadas. La última obra de Nunes merece recomendarse. Puede resultar «ingenua». Quizá lo sea. Quizá es que haya prescindido de los trucos que «complejizan» productos más vendibles. En el caso de que así ocurra, vale la pena aburrirse de otra manera.

Iconockaut

      Diario de Barcelona - Dominical, 13 de agosto de 1975
      José María Nunes a José Luis Erviti
      Se trata de una mujer y un hombre jóvenes, que se intuyen. Cada uno tiene la sensación de que el otro existe y se produce un mutuo y paulatino acercamiento sin conocerse, aunque ellos -como personajes- estén juntos con frecuencia en la película. Porque creen en la magia, estos personajes se encuentran al final frente a frente, sin necesidad de decirse nada -si se dijesen algo estarían explicados todos los misterios- llegan a encontrarse por una especie de fe, de responsabilidad. Mueren a consecuencia de la violencia organizada, de la que no tienen predisposición a defenderse.
      Más concretamente: ella pertenece a una forma de liberación, un poco en el ocaso de los hippies, movimiento del que afortunadamente la sociedad no se liberarará nunca. Él está más o menos integrado, adaptado a nuestra forma de civilización y decide prescindir de su entorno, conducirse hacia ella, porque presupone que en el mundo de ella hay más autenticidad, menor deformación. Es lógico que les maten. Gente así no tiene derecho a vivir en nuestro mundo actual.

Miralles y Espinosa
  

Comentario de Nunes


        El título es la unión de dos palabras en una sílaba igual, al final de la primera, "icono", y al inicio de la siguiente, "nocaut". Intercalé la K para recordar lo del K-O (knock-out). Algo así como "derribo de imágenes".
        Yo no sé cómo surgen las ideas. Están ahí, en la perpetua conversación que mantenemos en el inconsciente, infinita, i(n)principia o ininicia.
        Quería que entraran en ella, en esa conversación, dos personajes que se presienten, se sienten, se saben, y quieren encontrarse; ni siquiera se buscan; sería muy difícil lograrlo si lo intentáramos, como ya se sabe. Son impresupuestas las consecuencias; aunque tal vez se intuyan y quizá por eso el que coincidan en una necesidad inevitable. Todo está ocurriendo siempre. Nada puede ser de otra manera. El pluscuamperfecto es uno de esos inventos de la lingüística, o de la gramática generativa que inventó Chomsky, que ha creado mucha inseguridad en las decisiones.
        He aquí un ejemplo. Es posible que hubiese tenido que hacer Iconockaut con actrices y actores diferentes en cada nueva escena aunque siguieran siendo los mismos personajes. No lo hice porque resultaría más inaccesible, más confusa, aún más, para los espectadores tan predispuestos a dejarse seducir por la narrativa simple y vulgar, que se les ha hecho costumbre y más complacidos aceptan.
        Pero es así, no podía haber sido de otra manera. Cuando el recuerdo me lo trae a la memoria aún acude la duda, inseguridad en las decisiones, de que no lo hice por la gran complejidad de encontrar, coordinar, adoptar y adaptar tanta cantidad de actrices y actores como escenas, secuencias, tiene la película. Casi imposible. Imposible, con los mínimos presupuestos a los que siempre he tenido que ajustarme.
        Que en esta ocasión pude contar con la aportación de Jaume Lleonard, dueño de galería de arte y marchand de pintores.
        Para aquella exposición de José María Guerrero Medina, amigo, colaboré con uno de los textos del catálogo, que, como si fuera un libro, tuvo su presentación; precisamente en La oveja negra, taberna que frecuentábamos y en la que había rodado una larga escena de Biotaxia. Guerrero nos presentó y lo primero que me dijo Lleonard es que tenía que hablar conmigo.
        Días más tarde, cuando se inauguró la exposición, había mucha gente y yo salí a comer mis cacahuetes, cuyas cáscaras tiraba en el enrejado de la cloaca pegado a la acera. Salió Lleonard. A decirme que podía contar con una cantidad, de la que en aquel momento disponía, como colaboración para la película que quisiera hacer. No cubría ni mucho menos el coste, pero era suficiente respaldo para poder hacer una de mis película. Me emocioné, claro. Era la primera vez que así, de una manera espontánea, tan inesperadamente, alguien me ofrecía su colaboración tan fundamental, después de tanto tiempo, cinco o seis años, desde la prohibición de Sexperiencias.
        Iconockaut tiene algo de ambiente ocaso de los hippy y pensaba rodar en Formentera, donde empezó a insinuarse la idea del tema, en Els Pujols; un paraje extraordinario que había desaparecido con una urbanización casi sobre la playa y ostentosos chalets por los alrededores, por allá sobre las rocas contra las que todavía estaban los bulldozers arrasando para nuevas edificaciones cuando fuimos para organizar el rodaje. Lloré. Tuve que sobreponerme a la desazón de abandonar el proyecto y decidirme por otra idea. Pero una buena ingestión de Xoriguer, ginebra de Menorca, en el quiosco en la explanada de lo alto del castillo de Ibiza, ya de regreso, con los colaboradores que me acompañaban, envueltos en una llovizna que casi no notábamos por la animada discusión, me hizo recuperar el entusiasmo.
        Rodamos en las playas de Sant Pere Pescador, las calas de Begur, Girona, y los alrededores de un viejo molino de río, seco hace años, en Pontons, más allá de Vilafranca del Penedés, tierras de vinos, Barcelona.


        También tuvimos algunos entorpecimientos burocráticos, de informes sindicales que por fin se resolvieron, durante casi un mes en Madrid, de Sindicato a Ministerio y de Ministerio a Sindicato, precisamente en aquel noviembre en que murió Franco. Luego, todavía conflictos con los de censura que querían que se cortara la escena del juego de ella y él, desnudos, desplazándose por el amplio estudio con la cama en un rincón, o que se cortaran trozos en que ellos, los de la censura, lograban ver los sexos, con lo que estropearían el plano, entero, seguido, sin cortes, de toda la escena; y algunos otros planos, cambiar no sé qué del montaje de alguna otra secuencia, como si quisieran hacer ellos las películas cuando ya estaban hechas. ¡Qué asco!
        Decidimos esperar. Parecía que aquello del posible cambio hacia la democracia podría resolver algunas de estas cosas de, para ellos, menor importancia política. Lleonard aún insinuó que deberíamos acceder, pero yo le convencí de que todo se resolvería, que no cambiaríamos nada de la película aunque no se resolviera.
        Eso del cambio sin ruptura, sin trauma, o algo así de esas frases que se inventan los políticos, quería iniciarse con la apariencia de ciertas liberalizaciones y el propio ministro, de Información y Turismo, vio las películas que estaban pendientes de resolución, por la censura. Liberxina de Carlos Durán, La respuesta de José María Forn, La petición de Pilar Miró, tal vez alguna más que no recuerdo, e Iconockaut. Me parece que las autorizó todas como eran. Pero el Director General de Cine todavía presionaba en algunos detalles, supongo que por criterio tan arraigado de conducta dictatorial, y en Iconockaut sugirió que era conveniente "el pequeño cambio sin importancia" de eliminar el plano en el que se ve el libro de Santiago Carrillo "¿Y después de Franco, qué?" lanzado a un montón de todos los libros que quema el personaje, incluyendo su propio carnet de identidad.
        Sacamos el plano de la copia que ya tenían y se queda en el archivo de la Filmoteca, entregamos el rollito a la oficina de la censura, me imagino que para el archivo de todo lo censurado de las películas acabadas, pero mantuvimos, mantenemos, intacto el negativo y las demás copias.
        De todo esto hay un detalle, aliviador entonces, por el que nunca he podido evitar una cierta sensación de repugnancia; recibí un telegrama del Ministro.
        Es de suponer que los directores de las otras películas también lo recibieron. Se llamaba, deseo que siga llamándose - ¡salud! -, lo recuerdo, Reguera Guajardo, al que reconocí y reconozco, un buen propósito, que lo categoriza; pero me sentí algo así como humillado recordándome que no dejaba de ser súbdito; mi obra, mi vida, dependía de alguien superior, el poder, aunque en este caso fuera de la decisión de un hombre que me favorecía. ¿Merece una obra tener que dar las gracias por haber sido creada?